La crisis de Ucrania y las contradicciones interimperialistas

Por Crítica Marxista-Leninista

Los acontecimientos en Ucrania han puesto en evidencia una vez más la naturaleza reaccionaria y agresiva de los bloques imperialistas en pugna. El imperialismo norteamericano y el europeo encabezado por Alemania, tratan de crearle problemas al imperialismo ruso en las puertas de su propia casa. Aprovechando y azuzando el descontento de un gran sector de la población con el gobierno de Yanukovich, el imperialismo europeo-occidental ha agudizado las contradicciones internas que existen en el seno de la burguesía ucraniana y sus representantes políticos, y no le importa, como no le ha importado nunca, apoyar a grupos fascistas con el fin de desestabilizar un gobierno constitucionalmente elegido. El imperialismo ruso, que hace todos los esfuerzos por reagrupar en torno suyo a la antigua esfera de influencia de la URSS revisionista, está encontrando dificultades para poner bajo su dominio a las antiguas repúblicas soviéticas. Las contradicciones interimperialistas se están agudizando y seguirán agudizándose, hasta que llegue el momento de hacer un nuevo reparto del mundo y se resuelvan las diferencias mediante la guerra. El golpe de la última crisis capitalista ha sido rotundo, y ha obligado al capital monopolista de los diversos países imperialistas a ser más resueltos y agresivos en la competencia monopolista, defendiendo sus posiciones tradicionales y tratando de ganar nuevas posiciones a costa de otros imperialismos.


La crisis de Ucrania, en particular, ha puesto en evidencia el carácter imperialista de Rusia. En los conflictos internacionales de los últimos años, Rusia ha aparecido como mediador, abogando por la resolución de conflictos mediante el uso de medios pacíficos y diplomáticos, condenando las agresiones de los otros imperialismos, “defendiendo” los derechos de las víctimas de los atropellos del imperialismo norteamericano y europeo. En la actualidad, sin embargo, Rusia es el imperialismo agresor; el que amenaza con la intervención militar a un país formalmente independiente y soberano, porque el gobierno que lo favorecía ha sido derribado; el que persigue apropiarse de territorio ajeno, como Crimea, utilizando argumentos con nefastos antecedentes históricos. La época de los protectorados ha sido superada; no obstante, en este caso, Rusia –al igual que Estados Unidos, constantemente– se siente con el derecho de intervenir abierta y militarmente en otro país.
 
Pese a oscilación de la política exterior ucraniana en los últimos años, entre Europa y Rusia como opciones de desarrollo, existe un reconocimiento general entre los imperialistas de que Ucrania pertenece a la esfera de influencia de Rusia. Múltiples y cercanos lazos históricos, sociales, culturales, económicos y políticos entre ambos países refuerzan esta división imperialista de las esferas de influencia en la actualidad.

Desde la desintegración de la URSS, Ucrania ha permanecido como un Estado invertebrado, desarticulado, débil, cuya burguesía no ha logrado definir objetivos, estrategias de desarrollo y programas de acción. Esto, sumado a la heterogeneidad del país y de la población, no ha permitido que se aprovechen las ventajas de sus riquezas naturales, de su infraestructura industrial, de su variada agricultura y de un potencial de crecimiento y desarrollo que lo sitúe como un actor en la economía y la política internacional. Por el contrario, la situación socioeconómica y política de Ucrania ha venido empeorando, abonando el terreno para la crisis actual en esa región. La situación interna actual no es sino una constatación de la debilidad del Estado ucraniano, donde las fuerzas políticas se han venido manifestando y se manifiestan por canales informales y externos a las instituciones del Estado. Esto permite que las fuerzas políticas puedan ejercer una influencia importante desde fuera de la legalidad institucional burguesa, recurriendo inclusive a la lucha armada, como se ha visto en los sucesos de las últimas semanas.
 
El imperialismo occidental ha sido consciente todo este tiempo de que Ucrania es un eslabón débil en la esfera de influencia rusa, y en esta oportunidad ha intentado probar suerte, desestabilizándola internamente para negociar nuevos términos de la presencia del capital monopolista euro-occidental en ese país, donde también existen grandes corporaciones occidentales explotando a la clase obrera ucraniana. El economista burgués ruso Said Gafurov dice “a calzón quitado”, algo que algunos sectores de “izquierda” que han abandonado el análisis marxista de clase, son incapaces de ver: “El conflicto en Ucrania es por la redistribución del mercado del gas que deja miles de millones en ganancias”, es “un conflicto ruso-europeo” (no precisamente de pueblos, sino de capitales monopolistas, decimos nosotros).
 
Este aspecto del análisis que lo pone un intelectual burgués, no se aprecia en las posiciones de aquellos seudoizquierdistas que se “indignan” por la “agresión” o “intromisión” del imperialismo europeo en un país…. ¿oprimido?...como Ucrania. Pierden la objetividad cuando ven “masas” y las confunden con el  “pueblo” o la “clase obrera”. Es evidente que sectores del pueblo han participado en estos acontecimientos, pero esto no le da carácter popular ni democrático a ninguno de los campos imperialistas enfrentados en esta contienda. Es evidente también que hay fuerzas fascistas que han encontrado propicio el momento para salir abiertamente en la pugna interburguesa ucraniana que ha sido azuzada por los intereses de los imperialismos en contienda, y desviar el descontento de un sector de la población para capitalizarlo políticamente. Pero esta constatación tampoco hace al otro bando ni democrático ni popular. 
 

Rusia ha reaccionado de la forma que lo ha hecho por diversas razones: Ucrania es un país “buffer”, un parachoques de Rusia ante Europa, que además cuenta con un punto estratégico en Sebastopol. Rusia tiene por supuesto muchos intereses económicos y comerciales en Ucrania, que es una pieza clave de su significativa participación en el mercado de la comercialización del gas. El 60% del gas que consume Ucrania proviene de Rusia. Asimismo, Rusia suministra cerca del 30% del gas natural que consume Europa, y más de la mitad de ese gas pasa por Ucrania. En este contexto, es importante destacar que el 70% de los ingresos por exportaciones totales de Rusia provienen de la venta del petróleo y del gas. De manera especial, los intereses de la empresa rusa Gazprom (50% propiedad del Estado, y en la que Putin tiene participación personal) en Ucrania tienen una importancia vital para la empresa y también para Rusia como Estado. Por tierras ucranianas pasa una fabulosa red de transporte de gas hacia Europa; y el asunto no se limita sólo a los activos ni a las cuantiosas ganancias de Gazprom, tiene que ver además con el poder que otorga el control del suministro de gas a los países imperialistas europeos. Y hasta que no maduren los dos proyectos de transportación del gas ruso por otras vías, Ucrania es pieza clave para Rusia, en este terreno. El citado economista ruso reconoce que “lo que es bueno para Gazprom es bueno para Rusia”; pero la verdad de esta afirmación no se reduce sólo al aspecto económico (en 2012, los activos de Gazprom representaron el 8% del PIB de toda Rusia, y sus utilidades, el 10% del PIB de toda Rusia), sino que en el caso concreto de Ucrania se extiende a la importancia estratégica económica, geopolítica y militar de la presencia rusa en su vecino. Por otro, lado, Putin necesita desviar la atención de la clase obrera y del pueblo rusos hacia problemas externos, alimentando el chovinismo gran ruso como forma de arrastrarlos tras de sí, ante su fracaso en revertir el estancamiento de la economía rusa que ha intensificado la explotación de la clase obrera en ese país. Es evidente, entonces, que no es el “antifascismo” de Putin y su círculo el que impulsa a Rusia a actuar en contra de la oposición a Yanukovich; tampoco le impulsa su respeto por las formas democráticas burguesas que ciertamente han sido atropelladas en Ucrania. En toda su carrera política, a Putin y compañía no se les conoce inclinaciones antifascistas ni democráticas, como lo atestigua su propio manejo de Rusia; y es muy probable que él mismo se reiría de semejante acusación. 
 

Rusia actúa porque el imperialismo europeo-occidental se ha atrevido a meter sus narices en un territorio importante del núcleo de su esfera de influencia, y está dispuesta a asumir importantes riesgos para defender sus “derechos”. Los ejercicios militares coincidentes con los acontecimientos en Ucrania cuando Yanukovich fue sacado del poder, la modificación en la legislación para facilitar a Rusia la anexión de nuevos territorios, la ocupación militar de Crimea, son demostraciones de fuerza que tienen por objetivo poner en sobre aviso a Estados Unidos y Europa sobre las medidas que está dispuesta a tomar en defensa de sus intereses. En ese camino, Putin parece también haber encontrado la oportunidad propicia para hacerse de una vez por todas de Crimea, y no ha vacilado en recurrir al mismo pretexto que en otras condiciones históricas diera Hitler en 1938 para apoderarse de la región de los Sudetes en Checoslovaquia: proteger a los ciudadanos rusos de Crimea. De esta forma aseguraría definitivamente la presencia de la flota rusa en Sebastopol que domina todo el Mar Negro, “nacionalizando” Crimea mediante el referéndum previo y una posterior incorporación en la Federación Rusa. Es decir, una anexión imperialista en toda la regla, debidamente “legalizada.
 
Algunos seudoizquierdistas en su fuero interno todavía consideran a Rusia como heredera de la URSS. Y en cierto sentido, no se equivocan. La Rusia actual es la continuadora de la URSS de Brezhnev y compañía en cuanto al dominio del capital monopolista en ese país; es heredera de la política imperialista que hoy busca reafirmar su patronazgo sobre la antigua esfera de influencia soviética. Falsos comunistas, como el partido de Guennadi Ziugánov en Rusia (el mal llamado “Partido Comunista de la Federación Rusa”–PCFR), han cerrado filas detrás de “su” burguesía, de “su” imperialismo, en este pulseo de fuerzas con el imperialismo europeo-occidental, y justifican de diversas formas la política imperialista rusa en este conflicto. De esa manera, dan contenido a la acusación de “socialimperialistas” que Lenin atribuyera a los dirigentes de la II Internacional, y que son plenamente aplicables a los “comunistas” que se ponen detrás de un imperialismo en una contienda interimperialista.
 
El antiimperialismo no puede ser selectivo. El que es anti-yanqui siendo pro-ruso, no es antiimperialista y mucho menos marxista. Esa es una posición socialdemócrata, socialimperialista. Algunos tratan de justificar esta postura defendiendo la tesis de la multipolaridad, según la cual los comunistas debemos desear y luchar por un mundo multipolar. Esta es una tesis reaccionaria, oportunista que pretende poner a la clase obrera y a los pueblos detrás de la burguesía imperialista. La “multipolaridad”, por llamarlo así, es una fenómeno que se produce naturalmente bajo el imperialismo: la competencia imperialista conduce a la formación de bloques, alianzas, coaliciones imperialistas, y al enfrentamiento entre esos bloques por mercados y fuentes de materias primas; con la exacerbación de las contradicciones interimperialistas éstas conducen a guerras imperialistas, en la que un bloque sale vencedor y establece su dominio “unipolar”, hasta que una renovada competencia monopolista conduzca a la formación de nuevos bloques imperialistas y se repita el ciclo. La tendencia a la concentración y centralización del capital bajo el imperialismo es feroz, como feroz es la competencia monopolista y también la resistencia a ser sacado del mercado. Entonces, ¿de cuándo acá los comunistas debemos “indignarnos” cuando un imperialismo trata de quitarle el mercado a otro, utilizando todos los medios a su alcance? ¿De cuándo acá la clase obrera y su vanguardia deben ponerse del lado del imperialismo que trata de minar la supremacía de otro imperialismo, para crear un nuevo polo de poder imperialista, con el supuesto objetivo de enfrentarlos y sacar ventaja de ese enfrentamiento para hacer la revolución? La tarea de los comunistas no es “desear” ni apostar por un mundo “multipolar”, eso sería como forzar una puerta abierta; la tarea de los comunistas es luchar contra todo imperialismo, débil o fuerte, “bueno” o “malo”, contra la burguesía en sus respectivos países, por la revolución y el socialismo, en las formas y condiciones que la situación interna e internacional plantean a cada destacamento de la clase obrera. Sólo un movimiento obrero y revolucionario con una línea política clara, debidamente organizado y verdaderamente combativo puede aprovechar las contradicciones interburguesas e interimperialistas en su lucha revolucionaria.


Existe muchas probabilidades que Rusia saque mejor provecho de la actual crisis ucraniana, en primer lugar, porque sus medidas de fuerza no van a ser detenidas por los países europeo-occidentales que de hacerlo tendrían que estar dispuestos a ir hasta el final, porque este conflicto toca muy de cerca los intereses imperialistas rusos. En estos momentos, Ucrania es muy importante para Rusia; el imperialismo ruso no va a dejar que su presencia directa e indirecta se vea mermada, y sabe de la debilidad del liderazgo del imperialismo norteamericano y europeo para embarcarse en una intervención militar en esta crisis. En esta crisis, por ejemplo, no hubo ningún despliegue militar de los imperialistas occidentales que haya acompañado los acontecimientos que desembocaron en el derribamiento de Yanukovich, y tampoco se ha observado algún desplazamiento de fuerzas, después de la ocupación rusa de Crimea. El objetivo del imperialismo occidental es obstaculizar al máximo a Rusia en su propósito de afirmar su yugo sobre su esfera de influencia inmediata a sus fronteras, para ello recurrirá a todas las armas económicas, políticas, diplomáticas, a la amenaza y al chantaje, a la instigación, apoyo y financiamiento de fuerzas disolventes en esos territorios, pero no está dispuesta en este momento a involucrarse en una confrontación militar. No obstante los imperialistas euro-occidentales son activos en el terreno de la diplomacia y en la prensa, y han logrado presentar a Rusia como un país agresor que no respeta el derecho internacional. Y es más probable que esta crisis se “resuelva” mediante acuerdos de partes, en la que Rusia conservaría su “ascendencia” en Ucrania, pero incorporando mecanismos de supervisión que permitan al imperialismo europeo-occidental  decir su palabra.
 
El gobierno ruso, constatando lo anterior, sabe que no tendrá respuesta militar ni de Occidente ni en Ucrania en el caso de una intervención militar en este país; pero nacionalismos aparte, también es consciente que será contraproducente el uso de la fuerza para mantener a Ucrania bajo su férula; sus intereses en ese país son muy grandes como para asumir posiciones extremistas. Esto explica por qué Rusia no se opuso al acuerdo al que habían llegado Yanukovich y la oposición para formar un gobierno de coalición luego del Maidán. Rusia estará dispuesta a negociar hasta con los fascistas ucranianos, siempre y cuando sus intereses estén asegurados; su dilema no es “democracia o fascismo”, como nunca lo ha sido para ningún país imperialista.   

Por su parte, el nuevo gobierno de Ucrania, anti-ruso, también estará más que dispuesto a negociar con Putin y compañía. Ucrania depende de Rusia. Las inversiones rusas en Ucrania son cuantiosas e importantes, tanto privadas como estatales. En el momento actual, las reservas internacionales de Ucrania –en picada desde hace dos años– sólo le alcanzan para dos meses de importaciones. Es una situación difícil que sólo puede superarse en el cortísimo plazo con préstamos del exterior, que sólo pueden provenir de dos fuentes: Rusia y EEUU-Europa. Los bancos europeos están expuestos en Ucrania por un monto de 23 mil millones de dólares, y, por supuesto, tienen motivos de sobra para estar preocupados por su dinero y tienen interés en que la economía ucraniana se recupere de varios años de malos resultados. Los miembros de la Unión Aduanera (Rusia, Bielorrusia, Kazajistán) y Georgia son los principales socios comerciales de Ucrania. Estos vínculos económicos, financieros y comerciales no pueden ser sustituidos tan fácilmente y menos en el corto plazo. Durante muchos años, siguiendo conocidas prácticas comerciales y financieras imperialistas, Rusia ha venido prestando fondos a Ucrania para que ésta pueda pagarle deudas anteriores (nada diferente de los préstamos del FMI: “te presto para que me pagues”, elevando tasas de interés, cambiando condiciones, estableciendo onerosas penalidades, etc.); y de esta forma someterla aún más, por todos los medios. Pero no es sólo ayuda financiera para superar su insolvencia inmediata lo que necesita Ucrania, necesita sobre todo inversión directa que contribuya a su recuperación económica que le permita proyectarse a largo plazo.
 
Este enfrentamiento entre el imperialismo ruso y el imperialismo euro-occidental en Ucrania no es nuestro, no es de la clase obrera y del movimiento comunista internacional. Nuestra es la lucha de la clase obrera de Ucrania contra su burguesía en su conjunto, sin distinción de fracciones, contra el imperialismo ruso y el imperialismo europeo-occidental; nuestra es la lucha de la clase obrera y de los pueblos oprimidos del mundo; nuestra es la lucha revolucionaria contra la burguesía del propio país y la solidaridad con la lucha del proletariado y los pueblos de otros países; nuestra es la lucha contra todo imperialismo, mayor o menor; nuestra es la lucha por la revolución, la dictadura del proletariado y el comunismo